Elkin Díaz
Blanco silencio
Por: Luz Martínez. En asocio con @laesquinadelirante
Jeremías era el Grinch del pueblo y todos los sabían. Unos lo llamaban ‘Científico loco’, otros ‘delirante’, ‘lunático’, ‘borracho’, ‘perdedor’. Casi no salía de su casa y tenía tan poco contacto con los demás, que no se daba cuenta de cuando hablaba solo.
Odiaba la Navidad de esa calurosa región, que en diciembre olía a aguardiente y a residuos de pólvora.
Pero ese año se había propuesto inventar una máquina teletransportadora que le permitiera irse a una blanca y silenciosa ciudad. Había trabajado en ello cada mes y tenía su proyecto avanzado. Solo necesitaba provocar un rayo de millones de kilovatios, de tal forma que expandiera su propia realidad hacia otra. Esa Nochebuena decidió hacerlo, pues no estaba dispuesto a soportar a sus ruidosos vecinos.
El experimento dejó sin luz a todo el pueblo. El silencio llegó y unas extrañas partículas blancas y heladas como pequeños cristales adornaron cada calle. El caluroso pueblo se sumió esa noche, en un profundo invierno. Jeremías abrió la puerta de su casa y respiró.
Mónica Pardo
Entierro
Por: Angélica Villalba. En asocio con @laesquinadelirante
Dicen que el vecino se enloqueció buscando una guaca, abriendo cráteres en el patio de su casa. Nunca nadie lo volvió a ver, pero ese frenesí era sospechoso. En las noches, yo escuchaba sonidos desde la excavación y sigilosamente espiaba desde la ventana. Una voz muy adentro decía: hazlo, cava ya. Me decidí y le dije a mi mujer: solo será un hueco. Llevaba diez. La luna llena acompañaba los desvelos.
El sonido seco de la pala entraba en mis pensamientos y, de repente, escuché un pong, como un eco. Iluminé con la linterna el fondo de la excavación y la oscuridad moría en los brillos dorados. Un ruido opacó la felicidad. Al principio pensé que alguien me estaba espiando y por eso mi pastor alemán había gruñido, pero no, era más bien el rugido de tierra retando a la gravedad.
Los ruidos se acallaron. En la profundidad, el silencio oscurece el tiempo y, un instante después, me convertí en una momia más, a la espera de ser descubierta.
Finita Castro
Por: Guillermo Ramírez. En asocio con @laesquinadelirante
Foto Christian Dorn en Pixabay
Se miraba cada tres horas en el espejo y se decía: 'estoy muy gorda'. El espejo devolvía una figura lánguida y sufrida, pero la mujer solo veía kilos de más y arreciaba la dieta de lechugas. De pronto, se iluminó su mente. Corrió a la notaría y pidió cambio de nombre. Quiero llamarme Finesst en lugar de Golda. Hecho dijo el notario. Esa noche Finita Castro durmió tranquila y plácida en el filo de su cama.
Preciso y cercano
Por: Ludvika Tabriz. En asocio con @laesquinadelirante
Su sola proximidad me excitaba. Me invadía un calor en los huesos, que todo él se me visualizaba con una precisión a todo color. Allí estaba su boca, esa que me atormentaba, esa línea húmeda que tanto anhelaba recorrer. La sola sugerencia de él mordiendo su labio inferior, hacía que todo desapareciera. Nunca sabía con exactitud cómo comunicar mi deseo y no me atreví a confesar nada. Me extrañaba que no se diera cuenta, que no adivinara nada en mis ojos; que no sintiera la misma oleada que yo, que no percibiera el palpitante sonido de mi apremiante erotismo, susurrándole desde mi sexo y su humedad mortal.
Foto Pexels
Pero llegó el día en que él sintió mi música interior. Lo noté cuando su respiración cambió y su beso fue su saliva, su aliento, calor; destello de locura; y toda su lengua fue un huracán en la mía. No había de otra, él tenía que sofocarme. De sus besos, pasé a los míos. Me fui directo a su sexo, luego a sus orejas. Sentí su hostil montura. Estaba maravillada con el instante que tanto había esperado. La total alegría. Al fin recibida, al fin poseída, al fin tomada. Cada segundo contaba, cada suspiro, cada gemido. Mi vientre estalló. Su instrumento me sacudió por dentro. Y caí de placer. Ahora lo narro con la mayor exactitud que me puede dar la memoria. Lo que quise hacer interminable, terminó. Me dijo que debía irse.
Al apocalipsis zombie he de llevar una cuchara
Por: Jimmy Arias @maximus_mantra
El viejecillo vendedor de lotería ha sido agarrado del brazo por un gordito un poco menos mofletudo, pero más joven que yo. Los dos ahora están en el suelo; el gordito, sentado sobre el pecho del anciano, mordiéndole la garganta como quien despacha despreocupado un buffet al lado de la piscina. Por su lado pasa, a toda velocidad, una niña en bicicleta, impermeable amarillo, trenzas al viento, la mochila enorme pegada a la espalda. Al llegar a la esquina, quizá confiada en que a estas alturas del partido ya el tráfico es cosa del pasado, ignora la luz roja del semáforo y es embestida por una enorme y abollada Escalade gris. Por entre los dedos de luz crepuscular que se cuelan a través de los edificios, la escena de la pequeña, proyectada por los aires, se asemeja al ballet improvisado por una torpe y maltrecha marioneta. Siento ganas de llorar.
Hasta se me ha atascado, a medio gaznate, un bocado del Crème Brûlée que devoro complacido. Podría ser el último de mi vida. Quién sabe. Si bien he tomado todas las precauciones del caso, bloqueando puertas y ventanas de la pastelería en la que me he parapetado, nunca se sabe por qué maldita rendija puede penetrar la debacle. No obstante, creo que hice lo correcto y si de algo estoy seguro, es de que cuando llegue el momento, la mía una dulce muerte será, sí señor.
La casa de tu memoria
Por: Iván Beltrán Castillo
Cuida la casa de tu memoria.
El umbral, los salones, los hermosos pasadizos.
Que no los puedan cruzar sino
los que portaron candiles en la noche
los que encendieron con su sonrisa la penumbra
los contrabandistas de lunas llenas
y de primaveras incansables.
Los que pasaron por aquí
para mejorar el gran tapiz de la vida.
No le des entrada a la casa de tu memoria
al mensajero turbio, al traficante de borrascas
al encargado de encarcelar el buen tiempo.
Procura que la casa de tu memoria
sea la más limpia y diáfana
de todas las casas que conociste
O de las apenas sospechadas
que no se abrieron nunca.
Como todas las casas,
la casa de la memoria debe limpiarse
todos y cada uno de los días.
Debe ser impecable la casa de la memoria,
aunque en ella siempre haya fiesta
libertad, abrazos, comuniones
y haya música y un porvenir
que estalla como una sinfonía.
El retorno
Por: M. Mantra. En asocio con @laesquinadelirante
Doña Ofelia se lo encontró así, de sopetón, de pie, frente a la puerta de su casa. Tenía la mirada extraviada, la piel, gélida como témpano de hielo, y pálida, como un sudario. Además del orificio de bala, amoratado y seco, a un lado de su frente. Eran ya seis largos meses desde que lo despidió, con un beso, rumbo a una de las tantas jornadas de protesta frente a la alcaldía municipal. Y ni más. Hasta ahora. No era el mismo, nadie, nunca, volvería a ser el mismo. Pero, sea como sea, Julito, su único hijo varón, había regresado.
Instrucciones para rebanar
Por: Catalina Cortés Buitrago. En asocio con @laesquinadelirante
Para un evento tan poco agradable, lo mejor es tener una preparación previa. Ponga una buena canción. Estire sus dedos. Abra el cajón como si se tratara de un portal secreto, pues nunca se sabe qué tan fuerte será su víctima. Escoja la más blanquita y brillante. Póngala sobre la mesa. Deberá quitarle la primera capa de piel sin contemplación. Cójala por el rabo lo más fuerte que pueda; ella intentará escabullirse de sus manos. Luego, tome su cuchillo favorito y haga una marca que le indique dónde empezar a cortar; por supuesto, debe haber escogido el tipo de corte previamente.
Cuando lance el primer sablazo, sea contundente y rápido. Intente evitar las lágrimas. Cantar ayuda. Recuerde que su objetivo es rebanarla y llevarla al fuego. Después de la cebolla, tendrá que hacerse cargo del conejo.
Locura
Por: Alejandro Barrón. En asocio con @laesquinadelirante
No eran las cápsulas que le obligaba a tragar cada mañana, ni la fuerza bruta que empleaba para ponerle la camisa de fuerza por las tardes. Tampoco era esa forma de correr tras ella y taclearla para detener esa carrera frenética que emprendía hacia los muros del hospital, en sus mil y un intentos por escapar. Lo que más le enamoró de él fue la dulzura con que entonaba las palabras "Todo saldrá bien, cariño", mientras le amarraba las correas del camastro, antes de comenzar la terapia electroconvulsiva.
Lluvia Caliente
En asocio con @laesquinadelirante
Por: Verónica Bolaños
Llueve a cántaros. Una pareja corre bajo un paraguas. Saltan los caudales de agua de las calles, se mojan los zapatos, el cabello y la ropa. Logran resguardarse en la parada del bus número 69. El viento sopla con fuerza y le arranca el paraguas de la mano a la mujer, también le arrebata la falda. La mujer no lleva bragas. Sus nalgas blancas se confunden con el granizo menudo que empieza a caer como afrecho de coco. Los árboles se van tiñendo de blanco y la pareja tiembla. La que quedó vestida se quita la falda, y se acomodan las dos en ella, se abrazan, el frío penetra en sus cálidos huesos. Miran en la aplicación “Próximo Bus Barcelona”, anuncian que hay un retraso de 40 minutos. Encienden un par de cigarrillos que no se mojaron, y abren la botella de vino que llevaban a la fiesta. Lanzan las colillas en el suelo, beben de la botella, brindan y ríen, sienten con goce el roce de su piel bajo la falda, se acarician los pechos, los pezones los tienen arrugados. La calle está solitaria, unas gaviotas se posan en el techo. La pareja gime sin prejuicios, las gaviotas graznan alborotadas…
Sabores
Por: Angélica Villalba. En asocio con @laesquinadelirante
Foto Pixabay
Miré a mi padre y tenía las mejillas tan coloradas como en aquellas fiestas de los tiempos felices. Un trago, solo uno más. ¿Qué marca es este whisky? preguntó entre los dientes y con palabras enredadas, mientras su boca cataba lentamente el sabor amargo de la bebida. No le contesté. Fui incapaz de decirle que el Alzheimer transformaba el agua en alcohol.
Luciérnagas
De Noches de humo. Carlos Castillo Quintero
Se encontraron en plazas, parques, colegios y universidades y comenzaron a marchar, en paz, cantando arengas que preludiaban el fin de aquel viejo orden de cosas y el advenimiento de uno nuevo, quizá no mucho mejor que el anterior, pero nuevo al fin de cuentas y cargado de esperanza. Eran jóvenes, en su mayoría, y algunos se dieron tiempo para un beso, antigua y prohibida moneda del Paraíso.
Al llegar la noche, reunidos en la plaza mayor, ya no eran cientos, como al principio, ni miles como lo fueron en la tarde. No, ahora eran un solo cuerpo y una sola voz inconforme. Sus manos hicieron música, su cabellera fue del viento y de sus labios brotó un cristalino manantial.
Sin acuerdo previo, minutos antes del toque de queda, prendieron velas y veladoras, encendieron las linternas de sus celulares y, ante los atemorizados ojos de los gendarmes, se fueron convirtiendo en luciérnagas.
El Patrón
Por: Luz Martínez. En asocio con @laesquinadelirante
Ella era de falda y maquillaje intenso desde tempranas horas. Todos la llamábamos El Patrón, porque en medio de una situación acalorada, solía subrayar que ella era El Patrón. Las mujeres lo hacían también: ‘mande usted Patrón’, ‘diga no más Patrón’, y así quedó. Esa mañana, El Patrón ordenó sacrificar a la cría porque, según ella, había nacido ‘maltrecha’, pues el ternero no se puso de pie en las primeras 24 horas. Yo insistí en darle más tiempo, pues la criatura era de mirada vivaz. Pero El Patrón me contestó: “Vea Lucas, limítese a hacer caso, para eso se le paga. Aquí hay peones que hacen mucho más que usted y no ganan ni la cuarta parte de su sueldo. A usted se le llena la boca opinando sobre cosas que no debe. Bájese de la nube y no nos complique la vida a todos”.
A pesar de sus palabras me opuse al sacrificio y le dije que yo me llevaba el ternero para mi ranchito. El Patrón hizo llamar al capataz. Un hombre fortachón y alto, pero que tan pronto ella gritaba ‘¡García!’ bajaba de estatura e incluso sentado se escurría en la silla. “Usted que sí sabe de estas cosas, dígale a Lucas cómo es la vaina”, dijo. “Así como usted dice Patrón”, asintió él. La cría fue sacrificada delante de mis ojos. García clavó su cuchillo en el cuello y cortó la vena yugular en un solo movimiento. “Hecho Patrón”, dijo García. El Patrón me volteó a mirar. Yo lloraba en silencio. “La organización es primero y usted no ayuda con su actitud. Yo he leído de eso, tomé cursos y el tema es actitud”.