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+ Microcuentos + Recreo

Miradas

Por: Reynaldo Bernal Cárdenas

¿Qué se puede decir de una mirada impúdica y femenina que de cuando en cuando se desliza entre las parejas que bailan, para posarse en la figura del pianista que de nuevo ha sido contratado? Desde luego que la mujer sabe que, tras el agasajo familiar de hace un año, cuando a petición suya el músico interpretó Titanic, una ingobernable atracción apareció.

Y ahora que él vuelve a observarla desde el mismo estrado (a la vez que ofrece a los invitados una alegre pieza de Simons), ella por debajo de la mesa coloca los dedos en la entrepierna, ensaliva con la lengua el borde de sus labios y evoca estremecida las clandestinas horas de hotel que han pasado juntos desde entonces.

Pero más allá de unos dedos húmedos, de unas pupilas que buscan el ángulo preciso para no perderlo de vista, y de la vigilada discreción con la que él devuelve los guiños, ¿qué se puede decir de un hombre sentado al piano que disfruta del mensaje secreto implícito en ese cruce de miradas, o de la mujer que no le saca los ojos de encima mientras el esposo enamorado y eufórico le dice por enésima vez ¡feliz cumpleaños mi amor! y la invita a bailar?

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Miradas

¿Qué sabe usted de Sarah James?

Por: Jimmy Arias

¿Qué sabe usted de Sarah James? Durante los últimos meses esta es la pregunta que les he estado enviando a todos mis contactos. Pero no obtengo respuesta.  Solo evasivas o frases como “No te preocupes, todo irá bien”. Otros no responden. El áspero silencio es lo peor, prefiero las evasivas. Es imperativo que alguien me diga qué ha sido de Sarah James. Su nombre me retumba en la cabeza como una incómoda y ruidosa  pelota de goma. Aunque no sabría precisar cuáles, tengo la firme convicción de que hay lazos muy profundos que me unen a ella. ¿Estudiamos juntas en la secundaria? ¿O fuimos juntas a la universidad? ¿Fue acaso mi mejor amiga de niña? ¿Mi prima lejana? Lo cierto es que no habrá muralla de silencio o indiferencia que mi determinación no pueda flanquear y seguiré hurgando, hasta que la encuentre, hasta dar con Sarah James. Para eso es la tecnología. Pero cuando estoy a punto de enviar más mensajes, una mano pesada, cálida pero perentoria, me detiene. Y  una voz también, varonil, gruesa y bien modulada. Es un jovencito de inmaculado uniforme blanco que me dice: “Sarah, es hora de tu medicina”.

Sarah James

Zapatos

Por: Verónica Bolaños

«¡Un pueblo sin camposanto es un pueblucho de mierda!», comentaban algunos. En diciembre las zapaterías se abastecían del mejor calzado. Un forastero intentó comprar unos, con una identificación falsa. Al ser descubierto lo sacaron de la tienda a empellones, lo desnudaron y exhibieron con el pene mirando al suelo.

Las mujeres se asomaban por las ventanas. Cuando recibió el primer latigazo el tipo gritó. Su grito llegó a los oídos de Leonor, que abrillantaba las urnas.

Luego escuchó otro grito. «¡Cómo se le ocurrió, sabía que aquí los zapatos son sagrados!».

Después, la mujer sacudió los zapatos de los difuntos recientes y los depositó en las urnas de cristal, con el nombre del muerto. Los cuerpos ardían en hogueras. 

Los zapatos eran lo único que los identificaba, como un órgano adherido a la materia, que preservaba su olor y cualquiera podía conjeturar qué clase de individuo fue.

Zapatos
Página en blanco: Bienvenidos

Desmemoria

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Por: Manuel de León

Durante los tiempos de unos contra otros, donde  no había perdón ni escucha, los estallidos rompían cada vez más la esperanza de los amenazados por el fuego.

La muerte se disfrazaba de justicia, y los que no tenían pelos en la lengua desaparecían quedando ausentes en la memoria.

Recuerdo los ríos convertidos en cementerios móviles. Las caravanas de dormidos por perdigones flotaban con la boca hacia el cielo, y el terror había superado la grandeza de Hitchcock.

Los mudos se salvaron, otros quedaron sin lengua y orejas. Nunca se escuchó la canción de los desconocidos, solos, en la nada. Lanzaban estrofas a sus dioses con el pánico de las noches sin retorno. 

A las nuevas generaciones aún les cuentan las historias de los anónimos que cantaron a la vida con la muerte de frente apuntando a la cabeza. Pero algunos siguen creyendo que todo, es ficción.

Desmemoria

La Pasión, según Tarantino

Por: Jimmy Arias 

Inmovilizó al primer soldado romano de un certero puñetazo en la garganta, y cuando el segundo lo atacó, le aplicó una llave de judo, se arrancó la corona de espinas y, con la misma, le rasgó la yugular. Aprovechando la confusión, Jesús rodó por el suelo y se apoderó de los clavos y el martillo, con los cuales pensaban sujetarlo a la cruz y, con la velocidad del ofidio, se los ensartó en el pecho y en los ojos a los dos centuriones que supervisaban su crucifixión. En medio de la batahola y la jarana de los curiosos que habían acudido al lugar sedientos de sangre, y que ahora destrozaban a los romanos caídos con dientes y garras, el Nazareno desapareció entre la multitud, escoltado por dos de sus apóstoles. La revolución apenas comenzaba, este había sido solo el preámbulo. El Imperio y los traidores muy pronto volverían a tener noticias suyas.

La pasión según tarantin

El reflejo

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Por: José María Andreo. Valencia, España

Cada vez que me miro en el espejo, está detrás susurrando. No entiendo nada de lo que dice y cuando me doy la vuelta desaparece. Hoy me he puesto el traje azul príncipe de gales, los zapatos marrones con puntera color hueso, la camisa rosa con pajarita que me regaló mi ex. Me peino con la raya al lado izquierdo con gomina, las gafas sin cristales de color lila, me miro al espejo y no está. Salgo al balcón, grito con todas mis fuerzas y oigo que susurran por detrás. Me doy la vuelta y soy yo mirándome.

El reflejo

El astronauta

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Por: Manuel de León

Sin poder dormir, fui a la ventana y miré al cielo. La estrella de la melena dorada me saludó sonriente. La luna dio vueltas de ballet y me mostró su lado oscuro. Las tres estrellas de orión rompieron fila, se unieron al brillo de la polar, y los cometas jugaban a la fórmula uno kamikaze. Esa noche, la nostalgia del niño viajó conmigo, y en cada crepúsculo me susurraba para jugar a los astronautas.

El astronauta

Vértigo

Por: Luz Martínez

El hada negra susurró en mi oído algo ininteligible, parecía una lengua de otro mundo o de otra época. Dormida, soñaba que dormía y que esa voz me despertaba de un tajo, entonces yo me sobreponía sentada, intentando recuperar la respiración. En mi sueño regresaba a la almohada. El día comenzó de costumbre, abrí los ojos, miré al techo y me enrollé de nuevo para no enfrentar la luz. Pero tocaba ponerse de pie. El hada regresó con su olor nauseabundo. El techo se puso a mis pies, la puerta se dio vuelta ante mis ojos, el mueble de allí flotaba, el de más atrás, caminaba hacia mí y la banda sonora de ese instante, era un campanario constante con un silencio que vibraba aterradoramente en ondas infrahumanas. Me pegué al suelo como insecto andante. Lloré mi desgracia y trasboqué toda esa locura en sendos líquidos amarillos. Rogué, invoqué al cielo y nada, ningún ángel vino a buscarme. Hoy sigo en la misma posición. Toda una crisálida. Ya pronto mis alas emergerán.

Vértigo

Alicia y el conejo

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Por: Jimmy Arias @maximus_mantra

Alicia se encontró con el blanco conejo, se le veía apurado y observaba su reloj de bolsillo con ansia. «¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!», exclamó el conejo. Alicia se acercó a él, cándida, inmaculada,  y el animalito sonrió, de oreja a oreja, desplegando una enorme bocaza plagada de dientes puntudos y aserrados. «Pero siempre hay tiempo para un bocadillo», expresó, y le arrancó la cabeza de un sólido tarascón a la pequeña curiosa.

Alica y el conejo
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