Los planetas de Margaret...
Cine y literatura siempre ha sido una combinación tentadora que a vece sale bien, y otras fatal. ALIAS GRACE, por Netflix, es un ejemplo que desde el libro o desde la pantalla, palpita la misma calidad.
Fotos Netflix e Instagram @therealmargaretatwood
Por Iván Beltrán Castillo @ivanc966
Obsesionada por el destino fatal de las mujeres, Margaret Atwood, una de las más inquietantes escritoras vivas de la lengua inglesa (compartiendo honores, tal vez solo con la neoyorkina Joyce Carol Oates), ha dado vida a criaturas que, una vez surgen de su imaginación, como los conejos del cubilete de un mago, echan raíces en nosotros y adquieren el rango de lo que amamos y queremos frecuentar. Las más adorables de estas presencias –que ya son muchas, pues suyas son más de veinte ficciones- son las ambiguas, trágicas y adorables, Defred, joven cuasi esclava en los anti-democráticos y casi tiránicos Estados Unidos del futuro y Grace Mark, criada acusada de doble asesinato en el Canadá de 1846.
Como un paseante furtivo que salta de un siglo al otro, de lo pretérito a lo futuro, y de un universo al siguiente, esta canadiense, que en diciembre cumplirá sus 82 años, es ilustre ejemplo de la vanguardista mujer de finales del siglo veinte e inicios del veintiuno: construyó una distopía aterradora en El cuento de la criada, salido de las imprentas en 1985, y retrató la farsa moral e ideológica del siglo XIX en Alias Grace, de 1996, ambos, lienzos de los incesantes purgatorios femeninos que ha engendrado la historia, y que cambian de métodos y apariencia pero persisten en su inclemencia aterradora.
Conocemos y extendemos nuestra solidaridad hacia Defred y Grace, esclavas de culturas inmisericordes, donde se niega la libertad en nombre de dioses ausentes, tiranos innombrables y deidades sospechosas. Atrás y adelante, la autora se yergue como visionaria, fabulista, matizada y cruel observadora, vidente y dueña de una conmovedora sensibilidad.
Margaret Atwood es uno de los nombres que, año tras año, se barajan entre los posibles Nobel de literatura, de Estocolmo.
La Tv, terreno fértil
Existe el prejuicio de que las grandes plumas deben quedarse latiendo en las páginas de los libros, habitando su universo verbal, y que resulta fatigoso y nada promisorio trasladar sus potencias y su caudal al cine o a la televisión. Para demostrarlo, se suele recordar las malogradas adaptaciones que les han hecho a Joyce, Kafka, Proust, Carpentier, Saramago o García Márquez. Sin embargo, la cuestión podría ser apenas anecdótica, circunstancial, y no constituir una regla inamovible, y Margaret Atwood es la prueba, pues las nupcias de sus libros con la imagen resultan fecundas, armoniosas como las notas de una sinfonía, y han despertado a la vida (¡Hazaña meritoria y poco frecuente!) a cientos de lectores, impedidos por una anterior visión de sus adaptaciones fílmicas. Es curioso, por decir lo menos, pues se trata de una pluma de altísima calidad estética, gran aliento filosófico, no siempre fácil, intimista, reflexiva, metafísica y poética en extremo, y tales características son, precisamente, las que convierten a la alta sabiduría literaria en un material indócil.
En las adaptaciones de El cuento de la criada y Alias Grace se preserva como pocas veces el alma de la obra que les sirve de génesis, tal vez por el hecho de que su artífice haya tomado parte activa en ambas, fungiendo como supervisora general de las producciones y lanzándose, incluso, a la escena, en la primera, en un pequeño pero significativo rol.
Pocas veces se pasea con tanto gusto de un libro a una serie o de ésta a las páginas de un libro; en ambas orillas palpita la misma calidad, sin percibirse jamás la sensación de la pérdida, la banalización de la esencia, la orfandad o la mutilación. Ante nuestros ojos, esto constituye casi un milagro.
La asesina iluminada
Pero si a El cuento de la criada, le ha perseguido lo que Ionesco llamó “el infame prestigio”, con la historia de Grace Mark no pasó lo mismo, y aunque todo espectador de la serie queda gratificado, su figuración en Netflix ha sido discreta, por lo menos frente a los grandes fenómenos de audiencia de la plataforma. Esto, no obstante, trabaja a favor del espectador lúcido, quien, al descubrirla, se llena de una sensación de hallazgo victorioso, develamiento, en síntesis, siente su ingreso en el secreto de una suerte de logia.
Heredera de las traviesas muchachas que relatan historias en Los Cuentos de Canterbury, el Decamerón y, por supuesto en deuda con la Sherezade de Las Mil y una noches, Grace Mark es una famosa asesina que, después de pagar más de veinte años en prisión, acepta una serie de entrevistas con un psiquiatra pertinaz, a quién se le ha recomendado desentrañar, para siempre, el ovillo del crimen y, más allá de ello, llegar a la esencia de la joven, a “la “arquitectura de su averno”.
Reconstrucción metódica, salpicada siempre por la finura expresiva, la fulmínea capacidad metafórica y la hondura divertida y macabra de Grace; los episodios de esta miniserie se convierten en un rito de iniciación a los más atemperados temas de la época que les tocó en suerte, y esos que son leitmotiv y enigma sempiterno: el machismo siempre invicto y del que en otros tiempos no se tenía siquiera conciencia, el erotismo con su carga de preguntas sin respuesta, la grandeza de las naciones construida sobre la miseria de sus hombres, las tensas, irónicas y crueles relaciones de poder, la picaresca de los desheredados y la acechanza de lo prosaico sobre los espíritus que aspiran a ser poema...